La reflexión anterior me surgió los otros días. La reflexión me surgió, como me surgen muchas veces las reflexiones: pensando en qué me estaba sucediendo, tratando de poner en palabras algún momento.
Esta vez sucedió en el momento que estaba yendo a una primera entrevista, primera entrevista a una niña de seis años. Y yo me sentía notablemente angustiado, preguntándome si realmente sería necesario que yo la tomara como alumna, o mejor sería derivarla. Más todavía me estaba cuestionando que yo hacía varios años que no tomaba alumnos tan chicos.
Me quise asegurar algo consultando si la niña estaría en condiciones de leer, se me hace muy difícil cuando no está constituída esta categoría antes.
Me dije qué cosa, tantos años dando clase y todavía me pongo nervioso. Dejando la exigencia de lado, me terminé preguntando por qué no podería sentirme mal. El desconocimiento del otro me suele resultar invalidante.
Pero me dejó pensando en otro costado: por más que el tiempo pase, cada vez que uno se encuentra con un nuevo alumno, es más que todo es algo nuevo
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