sábado, 22 de agosto de 2009

PRESCRIBIR EL DIAGNÓSTICO



Este es un pensamiento reciente surgido en el Conservatorio de Música de Mercedes.


El núcleo de esta reflexión vino al caso porque me parece que el saber sobre qué decirle a un estudiante y en qué momento es una de las preocupaciones mayores de la docencia. Nos preguntamos, por ejemplo, por qué le decimos algo a un alumno y este pareciera que no escucha lo que le decimos (¡nuestro sabio consejo!) O tal vez, sí escucha lo que le decimos, pero sigue teniendo o cometiendo el mismo error. La gran mayoría de nosotros perdemos toda la paciencia e inmediatamente achacamos al estudiante, ese mismo que venía tan entusiasmado, toda clase de defectos, empezando por la falta de talento y terminando por adscribir su burrez a “los problemas familiares” que este supuesto alumno tendría. Y además nos ponemos repetitivos: una y otra vez le decimos a nuestro alumno lo mismo.

Es notable cómo algunos estudiantes hacen grandes esfuerzos por hacer lo que le decimos, pero no les sale. Pues bien, da la impresión que nos queda por pensar qué papel podemos estar jugando nosotros, los docentes, dentro del marco de esta enseñanza para no conseguir el producto que estamos esperando.

(Tal vez nosotros lo esperemos, pero el alumno no)

Probemos lo siguiente: pensemos en qué podría estar pasando con el alumno. No pensar sólo en qué estará haciendo mal. Así tenemos lo que podemos llamar un diagnóstico. Dificultades en la lectura, falta de relajación, tener baja la muñeca, altos los hombros, en fin todos estos pensamientos que nos surgen cuando estamos dando clase, configuran lo que llamamos diagnósticos.

Ahora, el tiempo y la experiencia muestran y demuestran que muchos de nosotros tratamos de enseñar prescribiendo el diagnóstico, esto es, decirle al estudiante que no haga lo que hace. Si levanta mucho los dedos, le decimos que no los levante; cuando levanta la muñeca le decimos que la baje; cuando se distrae le decimos que no se distraiga.

Creo que esta notable tendencia que tenemos a la prescripción del diagnóstico viene reforzada además por esa especie de compulsión que tenemos los profesores a decir todo inmediatamente, por el temor de que ocurra algún tipo de catástrofe si no ametrallamos a nuestros estudiantes con nuestra sabiduría. Como si intentáramos sacarnos toda culpa posible, le decimos todo lo que se nos ocurre esperando resultados inmediatos.


La pregunta que me hago una y otra vez es cómo podríamos modificar esta técnica de enseñanza. Aquí, creo que es donde entra en juego (juego en el más amplio sentido de la palabra) el oficio del profesor. El arte del profesor. Nuestra tarea es encontrar, después de esta primera interpretación, un rodeo, el armado de una herramienta que haga eficaz el aprendizaje. No es diciendo una y otra vez como un alumno aprende. Es creando un terreno apto para que aprenda. Y ese será nuestro trabajo.

Todas las hipótesis de por qué no le está saliendo, o qué estamos esperando que suceda, la dejamos guardadas, las vamos pensando y luego con ellas en nuestra cabeza iremos conduciendo lo que llamaremos la dirección del aprendizaje.

Imaginemos un supuesto alumno que escuchamos que le cuesta tocar, que se le traban los dedos. ¿Servirá de algo decirle “no trabes los dedos”? ¿Estaremos ayudando si le decimos no te pongas duro? Lo estamos poniendo en una situación paradojal: lo tensamos pidiéndole que no se tense. Pues bien, ¿Entonces?

Creativamente podemos ir llevándolo por un camino donde el se encuentre primero con la sensación de la trabazón, que pueda descubrir su dureza. “Parece que te hace hacer mucho esfuerzo” podríamos decirle. ¿Te parece que necesitás tanta fuerza para tocar? ¿Hará falta tanta fuerza?

Le podemos preguntar ¿Cuál sería el punto mínimo de fuerza que necesitás hacer para tocar este pasaje?

Es algo así como se me ocurre que puede uno ayudar al alumno a ir encontrando el punto donde podrá relajarse.


Cuando una obra va sonando, y la vamos trabajando durante un buen lapso, sucede muchas veces algo que me gustaría observar y compartir. Nuestro estudiante toca y toca la obra, pero ya no hay ningún avance más.

Sentimos con nuestro estudiante la frustración de que, como suelen decir “siempre me sale mal este pasaje”

Pensé que hay una estrategia que puede ayudar a relanzar el proceso de trabajo de la obra. Me parece que hay un momento que tenemos que dar por terminado el trabajo y ayudar a dar un corte. Se me ocurre una metáfora para pensar sobre ese momento. Se me ocurre llamarlo algunas veces “sacarle los andamios a la obra”

Estamos terminando una construcción, y queda el trabajo de limpiar. Pero no lo concibo como un momento de estudiar más, sino un momento de cambiar la calidad. Por eso lo pienso como un momento de no agregar más, sino de sacar.

Una vez pensaba con un alumno esto: uno hizo como una obra arquitectónica, puso marcas, memorizó, repitió. Ahora queda el momento de la gran decisión: la obra está lista. Entonces es el momento de dejar de lado indicaciones técnicas, pensamientos inapropiados por el espacio que ocupan, el pensar “Y ahora qué viene”. Todos vestigios del trabajo, que habrá que empezar a desandarlos.

El trabajo crítico suele quedar como un obstáculo más que importante si no se lo saca del camino en un momento apropiado. No sé si lo pensarán así, pero muchas veces las trabazones y tensiones están relacionadas con el estar criticándose mientras se toca. A veces propongo a mis alumnos que organicen esos momentos, un momento para tocar un momento para evaluar.