A Sonia Figoni, quien me sugirió el pensamiento este.
Alguien no viene a la clase.
Alguien llega tarde.
Alguien se olvida sus partituras.
Alguien desanda camino.
Alguien cree que no sirve para hacer música.
Alguien intenta repetidas veces creyendo de antemano que todo intento será vano.
A alguien se le traban los dedos.
Alguno se contractura.
Uno se enferma, o se le lastiman los músculos.
Alguno "hace caso omiso" de toda indicación.
Otro se olvida y le "falla" la memoria.
Otro cree que su alumno es una repetición de él mismo.
Uno cree que es la repetición de su maestro.
Otro no puede dejar de pensar y no se puede conectar con lo creativo.
Uno no puede expresarse, no "suena" lo que toca.
Uno se cree que siempre tenía que estudiar más.
Uno, en el mejor momento deja de tocar su instrumento y abandona.
Alguien nos pide (sin que lo notemos, sutilmente) que lo maltratemos.
Ese mismo se maltrata frente a nuestros ojos.
Uno hace siempre, siempre lo mismo. Usa siempre la misma estrategia aunque esté visiblemente caduca.
Por fin uno se siente arrasado cada vez que intenta tocar frente al público y es pura angustia.
Es el retorno a lo inanimado, el camino más corto, el sabotaje, lo destructivo, que como en todo ámbito de la vida, también irrumpe una y otra vez en el encuadre de la clase.
Tal vez, nuestro trabajo sea este, ayudar al alumno con su pulsión de muerte.